Euskal Memoriako blogak

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Los criminales de guerra dan guerra también después de muertos

2019-01-11

Ingo Niebel - Periodista e historiador

Cuando en otoño de 2018 el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (PSOE), anunció la exhumación del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, medios españoles hicieron referencia a cómo tratan a sus dictadores en otros países, entre ellos Alemania. Dejando aparte las habituales imprecisiones periodísticas, la anhelada comparación cojea, porque en la República Federal de Alemania (RFA) sí existe -ahora- una consciencia tal sobre el trato que hay que dar a la dictadura nazi que se expresa mediante numerosos centros de documentación, estudios académicos de todo tipo, continuos juicios a guardianes de los campos de exterminio e incluso con la anulación de las sentencias formuladas por la justicia de entonces.

La ausencia de un Valle de los Caídos nazi en Alemania se explica porque el nazismo vivió primero su derrota militar en los campos de batalla, luego sufrió la ocupación de su territorio y al final su condena por el Tribunal Militar de Nuremberg, además de la ejecución de sus cabecillas por los crímenes que cometieron en la guerra. El propio Adolf Hitler se esfumó del problema, porque tras su suicidio, y el de su esposa Eva, sus cuerpos sin vida fueron quemados por sus guardaespaldas de las SS. Los restos mortales que pudieron haber encontrado los soviéticos en el jardín de la Cancillería vivieron la misma suerte en 1970, cuando la KGB se encargó de finalizar esta tarea. Las cenizas fueron arrojadas al Elba. El método era el mismo que el aplicado en 1946 a los restos de los criminales de guerra ejecutados en Nuremberg.

Aun así, el nombre y el rango del coronel general Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de las FFAA nazis, luce en la lápida de la tumba en la que sí descansan los cuerpos de sus dos esposas. Además, una cruz de hierro, sin la cruz gamada por cierto, le identifica como un militar activo de la Segunda Guerra Mundial. Hasta hace poco sólo pocos conocían la existencia de esta tumba vacía de Jodl.

Por un breve momento, en el pasado 2018, el asunto acaparó la atención mediática porque un tribunal condenó al artista Wolfram Kastner a correr con los gastos de la reparación, estipulados en 4.088 euros, por los daños causados en la lápida.

Durante 2015 y 2016, Kastner atacó varias veces el recuerdo del criminal de guerra. Primero colocó un cartel que decía "Ningún honor al criminal de guerra". Después arrancó la letra "J" del apellido, dejándolo en "odl", una palabra que en dialecto local quiere decir algo así como "estiércol". La letra de metal se la envió al Museo Histórico Alemán de Berlín. Como último episodio, arrojó pintura roja sobre el nombre de Jodl. Kastner documentó su acción. Ante la justicia se defendió recurriendo a la libre expresión de opinión y del arte. Los jueces no le dieron la razón y le prohibieron más acciones ante la tumba en el cementerio situado en la isla Fraueninsel del lago bávaro Chiemsee.

Wolfram Kastner junto a la tumba del criminal de guerra Alfred Jodl.

El lugar sagrado lo gestiona un sobrino nieto de Jodl, que no está emparentado con el militar, pero sí con su segunda esposa. Dado que el municipio no le puede negar seguir usando la tumba, ambas partes han llegado a un acuerdo. En adelante una placa tapará el nombre y los datos relativos a Alfred Jodl.

No obstante, la ultraderecha ya ha encontrado un nuevo lugar para conmemorar a uno de sus supuestos mártires, por haber sido ejecutado por los "vencedores". Hasta el año 2011 el neonazismo alemán y europeo solía peregrinar a Wunsiedel donde yacía el "lugarteniente del Führer", Rudolf Hess. El también criminal de guerra se suicidó en la cárcel aliada de Spandau en 1987. Cuando venció el uso temporal de la tumba, el municipio de Wunsiedel convenció a la familia de no prolongar por más tiempo el contrato. Los restos de Hess fueron exhumados, incinerados y sepultados en alta mar.

Ambos casos demuestran las consecuencias que podría traer el "desahucio" de Franco, independientemente de si sus restos llegarían a un templo eclesiástico o a una tumba familiar. Dado que por razones legales, el cadáver de José Antonio Primo de Rivera quedaría en el Valle de los Caídos, se duplicarían los lugares de peregrinación del neofascismo español.

Quizás sería mejor dejar los restos donde están y convertir el Valle de los Caídos en un centro de documentación de los crímenes del Franquismo, alrededor de sus dos principales protagonistas. Tal vez es mucho pedir ante el auge de la ultraderecha en el Estado español. Pero el nuevo año acaba de empezar y la esperanza es lo último que muere. ♦