Euskal Memoriako blogak

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Javier Escalada: Un corazón grande y convencido

2022-11-30

Teresa Toda Iglesia

Cuántas veces oímos a alguien comentar que tal o cual persona ha sido decisiva en su vida. Y es cierto, hay personas con quienes nos relacionamos un tiempo y esa relación acaba teniendo repercusiones vitales que marcan nuestros años posteriores, casi sin que seamos del todo conscientes de ello en ese primer momento.

Javier Escalada fue para mí una de esas personas. Quizás haya sido la persona que más tiene que ver con que yo hoy esté escribiendo para Euskal Memoria, con que trabajase en “Egin” y lleve viviendo en Euskal Herria más de 30 años.

Conocí a Javier en verano de 1968, cuando llegué a la Universidad de Navarra –conocida como del Opus- a hacer un cursillo para ingresar en la Facultad de Periodismo. Aterricé en Euskal Herria desde Londres, donde vivía con mi familia -mi padre era diplomático español-, dos o tres días después de la muerte de Melitón Manzanas, el 2 de agosto de 1968. Recuerdo una anécdota representativa de aquellos tiempos: en un control, pararon al autobús en el que iba a Iruñea; subieron los agentes (no recuerdo de qué cuerpo) y pidieron la documentación sólo a los chicos y a los hombres. Luego cambiarían las cosas, pero de entrada las chicas éramos “invisibles”. 

Durante el curso 1968-69 Javier y yo tuvimos mucha relación. Relación de estrecha amistad, no de otro tipo. Unos dos años mayor que yo, Javier estudiaba Filosofía y Letras, si no recuerdo mal, y le apasionaba la Geografía. (Por cierto, estudiaba en la Universidad del Opus porque en Navarra no había otra opción en aquella época).

En otros artículos ya se ha hablado de la actividad e implicación política de Javier. En mi caso, fue la primera persona a la que oí palabras y frases en euskara, la mayoría expresiones “subversivas” para el franquismo. Recuerdo que cantábamos la canción “La cruz de Gorbea” acabando con el “Gora Euskadi askatuta!” en lugar del “Aurrera mutillak”. Gracias a él fui comprendiendo por qué “Vascongadas” era diferente de “España”, una cuestión que me rondaba la cabeza desde la adolescencia cuando te contaban cosas de la Guerra desde la  óptica “nacional”, y tú te preguntabas por qué eran tan peligrosos Euskadi y Catalunya...

Afección cardíaca

Javier padecía una seria afección cardíaca, que le impedía, por ejemplo, hacer deporte y en concreto jugar al fútbol, que le encantaba. Tenía un fuerte carácter, un carácter sanguíneo. Era vital, disfrutaba de la vida. Era un líder, sin duda. Cuando se dirigía a una asamblea o defendía argumentos, se acaloraba mucho, y convenía decirle que bajara el tono por las consecuencias que pudiera tener, y que, según otras personas que le conocieron, tuvo en ocasiones su vehemencia. 

Fue un curso movido; los ecos del mayo francés resonaban en nuestras generaciones, íbamos espabilando ante el franquismo. En febrero de 1969 la Policía mató a Enrique Ruano, estudiante madrileño, y la ola de protestas llegó también al “oasis” que en estas cosas era la Universidad del Opus. Me veo aún en un tira y afloja entre estudiantes cuando intentábamos pegar un cartel de protesta en un pasillo de la Universidad.

Sanatorio de Leza en Guardia (Araba). Foto: Banco de Imágenes de la Medicina Española (BIME)

Se declaró un estado de excepción. Hubo detenciones, muchas. A Javier lo “desterraron” a Lizarra, fuimos a visitarle unas cuantas amigas, aunque no recuerdo mucho de la visita. A otro grupito nos detuvieron en la Plaza del Castillo cuando nos manifestábamos por la libertad de expresión. Hubo multas, y a mí, como era hija de funcionario del Estado, me mandaron dos meses a Londres, una forma de “destierro”.

Siguió el curso, continuamos con nuestros estudios y nuestras otras actividades, no siempre en las mismas cosas, claro. Yo iba bastante al monte, y con otras amigas de Filosofía recorrimos muchos pueblos de Navarra, en autostop, viendo iglesias, ermitas y arte.

Llegó junio de 1969 y, al margen del ambiente general en el Estado y en Euskal Herria, las cosas se complicaron en la propia Universidad. No recuerdo con detalle los porqués, pero surgieron cuestiones sobre los terrenos propiedad del Opus y sobre todo se denunciaba que las y los jóvenes que quisieran cursar estudios universitarios en Navarra, en su tierra, no podían hacerlo más que en el Opus, donde no podían ingresar de forma automática y encima se pagaban altas tasas. Y por supuesto, no todo el mundo podía, ni mucho menos.

Se acordó que nos encerráramos en la zona del Rectorado de la Universidad. A las autoridades universitarias la iniciativa les pilló completamente desprevenidas. Estuvimos decenas y decenas de personas, supongo que cerca de 200, con más gente de apoyo fuera. Nos organizamos para que nos pasaran comida (bocatas básicamente) por las ventanas. Yo tenía las medicinas de Javier en mi bolso rojo, lo recuerdo bien, pues él necesitaba medicarse a lo largo del día.

Ya entrada la noche, llegaron los grises y nos fueron deteniendo. No tenían entonces suficientes buses para una movida como aquella, e iban yendo y viniendo. Aunque nos detuvieron los grises, acabamos atiborrando los calabozos de los municipales, al menos las chicas. Salvo un pequeño grupo, salimos al día siguiente. Y recuerdo que, ese mismo día, fuimos a llevar mantas y cosas a los chicos que seguían detenidos, entre ellos Javier.

Medicación

No recuerdo bien cuando, si en ese momento o la noche anterior según nos detenían (más bien creo que entonces), le di a un policía las medicinas para que se las dieran a Javier. No se las dieron en los días que estuvieron detenidos, él me lo confirmó al quedar libres.

A consecuencia del encierro y las protestas en el campus, la Universidad abrió una serie de expedientes de expulsión; uno de ellos me afectó a mí. Tuve que volver a Londres, donde empecé a trabajar. Acabaría mis estudios más adelante en Madrid.

Durante los nueve meses posteriores a aquellos hechos, es decir, hasta su muerte, mantuve constante correspondencia con Javier. Estuvo cierto tiempo internado en un hospital o en un sanatorio, para ver si se reponía, o esperando la operación. Eran cartas extensas e intensas, contándonos de todo; yo incluso le mandé alguna reseña de partidos de fútbol inglés. Y en todas sus cartas, en todas, las últimas líneas venían siempre en euskara... (con su auto-traducción claro).

Le iban a operar. Era una operación delicada y peligrosa.

Un día de marzo de 1970 la carta que me llegó no era de él, sino de su madre y su padre, dándome la triste noticia y agradeciéndome la relación que había tenido con su hijo Javier, que había muerto en la operación.

Sí, Javier Escalada no murió torturado, murió en una operación que su corazón, gastado ya a los 21 años, no pudo soportar.

De lo que no tengo duda es que las repetidas detenciones, el trato que recibiera en ellas, la retención de sus medicinas, quizá no siempre, pero al menos sí que hubo una ocasión de la que fui testigo directo; el estrés de todo ello... no contribuyó a cuidar su estado de salud.

Tampoco tengo duda de que Javier Escalada merece ser reconocido como un luchador, una persona con convicciones, compromiso y euskaltzale. De las que abren y dejan huella.

Con estas líneas, compartiendo públicamente por primera vez estos recuerdos y lo que Javier significó, quisiera contribuir a precisar las causas de su muerte, para que la polémica no distorsione su figura, ni la memoria colectiva. Y, por supuesto, tantos años después, recordarle con cariño.

Aupa zu!, eskerrik asko, Javier. ♦

Nota del editor: Publicamos hoy una nueva aportación a la memoria de Javier Escalada, en este caso la de su amiga Teresa Toda, cuyo testimonio ayuda a esclarecer las circunstancias de la muerte del líder estudiantil navarro. Seguimos abiertos a la publicación de nuevos testimonios sobre la vida de Javier.