Euskal Memoriako blogak

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La metáfora de las brujas

2018-12-21

Angel Rekalde - Nabarralde

El drama cotidiano a que nos enfrentamos quienes trabajamos en el campo de la memoria histórica es la dificultad de convencer a nuestra población de la gravedad de acontecimientos que hemos interiorizado y forman parte lamentable de nuestro imaginario con toda la naturalidad del mundo.

Uno de los episodios más celebres de la historia vasca, que goza de más popularidad, es el que se refiere a las brujas de Zugarramurdi. Es una narración de costumbres paganas, mezcla de nigromancia, erotismo, sabiduría mistérica y sectas gobernadas por mujeres malignas. Aquellas personas señaladas como brujas se reunían en aquelarre, topónimo del euskera que ha pasado al acerbo mundial precisamente por este capítulo, adoraban al diablo y preparaban supuestos encantamientos y maleficios con que perjudicaban a sus vecinos. La autoridad católica, investida en la Santa Inquisición española, las llevó a la hoguera en un proceso que culminó en 1610 (y que se celebró en Logroño, la Audiencia Nacional de aquel tiempo).

Salvador Cardús cita a George Lakoff para recordarnos que vivimos en unos sistemas de metáforas que crean unos marcos de interpretación que dan sentido y orientación a nuestro mundo. Es una referencia que ayuda a entender la lógica de estos mecanismos creadores de significado. Pero el sociólogo advierte que estos relatos no se puedan fabricar al margen de la realidad. La realidad puedes interpretarla, dice Cardús, pero no ignorarla. Al contrario: los relatos son más potentes cuanto más se acomodan a la experiencia concreta.

Es un dato que debemos tener en cuenta cuando abordamos estos debates en torno a la existencia de nuestra realidad, o, en sentido contrario, la persistencia de relatos de dominación que insisten en convencer de que no existimos; que nuestro pueblo es una ficción; que nuestra identidad nacional es una fabulación; o que nuestras denuncias constituyen ejercicios de victimismo.

Cueva de Zugarramurdi. Fotografía: Hirukide

Y sin embargo cuando analizas historias truculentas como las andanzas de la Inquisición en Zugarramurdi te surge la duda de hasta qué punto los relatos españoles tienen algún contacto con la realidad. O son puro desatino. Porque lo primero que llama la atención de este suceso es que, con el paso de los siglos, el argumento que se ha transmitido es el delirio de los inquisidores. Es una historia terrible, una serie de fantasías sobre si volaban, o se reunían con el Maligno, que terminó con la quema de seis personas vivas en hoguera pública, y otras cinco en efigie (lo que significa que habían muerto en el transcurso de la ‘investigación’ a causa de los malos tratos, las torturas y las enfermedades derivadas de la pésimas condiciones de encarcelamiento. Poca broma. No olvidemos que entre los condenados había muchos más abjurados y reconciliados –arrepentidos de haber sido brujos-; en efigie además porque también habían fallecido).

Como señala Lakoff, hemos vivido en esa metáfora que insinuaba que pertenecíamos a una cultura alucinada, que veneraba al diablo, que le besaba el culo, que bailaba en cueros a la luz de la luna, que preparaba pócimas venenosas y prodigiosas, que se acompañaba de gatos negros y sapos, que desdeñaba la medicina y la ciencia, en la que el goce sexual era una fiesta afrodisíaca pero pecaminosa, y en la que era natural que acabara como el rosario de la aurora y viniera la santa religión española a poner orden en todo ello.

Una de las cualidades de la memoria histórica es su carácter de perspectiva crítica de las circunstancias en que se perpetró la historia. Nabarralde ha publicado un cómic (Maria Zugarramurdikoa) que explica este proceso a través de uno de los personajes reales, Maria Baztan, que fue incinerada en vivo en esta aberración inquisitorial. En este cómic, más que detallar hechos ampliamente documentados, hemos querido mostrar cómo los relatos del poder se han construido con premeditación y alevosía desde la ‘Justicia’, entre comillas, de su tiempo. Con mala intención, desde las instituciones, desde la autoridad; desde los órganos de gobierno. Y cómo en este relato se ha banalizado la violencia de sus procedimientos, con un cálculo perverso de naturalizar esta locura. Es terrible que lo encontremos normal, fascinante, incluso divertido, desdeñando que aquellas mujeres vascas fueran calumniadas, torturadas, quemadas, por unos locos vestidos con hábitos de monje cristiano.

El diablo está entre nosotros. Son ellos. ¡Como para creer en brujas estamos! ♦