Euskal Memoriako blogak

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Demolición

2018-06-29

Joxerra Bustillo Kastrexana - Periodista

Después de cuarenta años de democracia formal, los restos del dictador Francisco Franco Bahamonde reposan en una cripta realizada a tal efecto en Cuelgamuros, en un lugar de honor del complejo arquitectónico conocido como Valle de los Caídos. El nuevo gobierno español presidido por Pedro Sánchez ha anunciado con insistencia su intención de sacar de ese lugar el cadáver de Franco. Una intención loable, que reduciría el escarnio sufrido por los miles de republicanos enterrados en el columbario de Cuelgamuros a partir de finales de los años cincuenta. Había que completar el aforo y se recurrió a los fusilados en la contienda, entre ellos, muy probablemente, un tío del que esto escribe.

El mismo nombre del siniestro lugar, Valle de los Caídos, remite a su auténtico significado. Es un monumento al fascismo, al nacional-catolicismo y a todo lo peor que ha sucedido en el Estado español en el siglo XX. No hay resquicio para la duda. Se trataba de enaltecer a quienes participaron en el golpe de estado militar de 1936 y a los voluntarios que lucharon contra la República o contra el propio Gobierno de Euzkadi. Si posteriormente se añadieron los restos de miles de fusilados republicanos tan solo fue para ofrecer una idea de totalidad, no para honrar su memoria, sino para ensuciarla aún más. Encima de ser fusilados impunemente, ser luego enterrados bajo la cruz de hormigón de 130 metros que preside el monumento. Una doble humillación que se hizo triple al enterrarse en la cripta en 1975 al dictador, por orden directa del monarca que heredó la Jefatura del Estado.

A raíz de los movimientos del Gobierno español, surgen iniciativas en torno al monumento, algunas de ellas a favor de una redefinición del mismo en aras a una supuesta reconciliación entre los dos bandos de la guerra de 1936. Se argumenta que, dada la existencia en el osario de restos de soldados de uno y otro lado, se le otorgue al lugar una dimensión de neutralidad, despojándole su significado fascista y dictatorial. No se dice,  e incluso se intenta ocultar, que el traslado de miles de cuerpos de fusilados republicanos y nacionalistas vascos a Cuelgamuros, se hizo a escondidas, sin solicitar permiso a sus familias, y en muchos casos desenterrando a los muertos de fosas comunes realizadas por los franquistas para hacer desaparecer a sus enemigos. Y no se debe olvidar que las obras de construcción, que se prolongaron 19 años, fueron desempeñadas por trabajadores esclavos del franquismo, en condiciones infrahumanas.

Complejo arquitectónico de Cuelgamuros, en la sierra de Guadarrama.

Según ciertos politólogos es posible, como se hizo en el Reino de España, transitar de una Dictadura a una “democracia” sin mayores problemas. Pero transitar de un monumento fascista, desde su nombre hasta la cruz, pasando por su propia arquitectura, a un monumento de reconciliación, se antoja un imposible. Al menos realiarlo con el consentimiento de las familias que sufren la humillación añadida de que sus seres queridos, fusilados y “acuneteados” en su día, se vean obligados a compartir tumba con miles de voluntarios franquistas, el propio dictador y el fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera.

Ha dicho recientemente el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz, quien estuvo trabajando preso en Cuelgamuros, que la mejor solución es dejar que la naturaleza haga su trabajo, dejando de invertir en obras de arreglo y observando como el monumento se va derrumbando poco a poco, hasta su desaparición. No es mala idea, como también es respetable la de quienes defienden su permanencia al estilo del campo de exterminio de Mathaussen, como testimonio de lo que fue la dictadura. Yo sin embargo entiendo que si a la implacable obra de demolición propiciada por la naturaleza se le añadiese la justicia poética de la dinamita y el empuje de los bulldozer, se adelantaría un tiempo precioso y se ahorraría sufrimiento a las familias de los allí enterrados. ●