Euskal Memoriako blogak

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La resistencia al olvido

2017-09-07

Nekane Iturregi Aio - Periodista y bloguera

Junto al Guggenheim de Bilbao hay una estatua de Ramón Rubial. Cuando paso por allí me acuerdo siempre de mi aitite, el padre de mi madre, que murió con 25 años de edad defendiendo la República. Se llamaba Emeterio Aio. Rubial y él eran amigos. Habría sido bonito conocerle; habría sido hermoso que mi madre le hubiera podido conocer. 

Cuando yo era niña me contaban que aitite Emeterio había sido rojo. Un socialista, de los de antes de la Guerra, en una familia del PNV; que pudo quedarse en retaguardia pero eligió ir a luchar, como los demás. Y que, en el frente de Nafarrete, una herida de metralla le causó la gangrena y, al no poder evacuarle a tiempo, murió. Mi madre tenía un año y mi abuela estaba embarazada de su segundo hijo.

Una historia triste, como tantas.

Por alguna razón que no comprendo, cuando veo al Rubial caminante pienso que a mi aitite no le habría gustado que a él le hicieran una estatua tan singular; creo que, ya que eligió ser uno más entre la tropa, habría preferido un recuerdo más colectivo, no tan nominal.

Ramón Rubial sobrevivió a la guerra y tras décadas de cárcel y penurias pudo ver morir a Franco y el inicio de algo que emanaba esperanza. Su amigo Emeterio Aio falleció el 19 de diciembre de 1936 quizá pensando que la República vencería a los golpistas y volvería a florecer para ofrecer a sus hijos una vida en libertad. ¿Cómo imaginar los 40 años de dictadura? El terror siempre supera las expectativas.

Los restos de mi aitite se recuperaron y reposan en el panteón familiar. Su historia fue contada, -en voz baja pero con orgullo-. Y, aunque ninguna placa conmemorativa recoja su nombre, los que nunca le conocimos, sin embargo, le recordamos; sabedores de que el mejor monumento en su memoria es mantener ese recuerdo: el de su lucha por la defensa de la República. Porque recordar fue durante mucho tiempo la única manera de resistir.

Cuando veo a los descendientes de las personas asesinadas y arrojadas en las cunetas, en una búsqueda desconsolada de la memoria (de la suya personal, de la de sus antepasados y de la de todos nosotros), no puedo evitar llorar. También llora mi madre, con más motivo. Y estoy segura de que son muchas las personas que acompañan la emoción con el llanto, ante la visión de esas ancianas y ancianos perseverantes en su petición de justicia.

Hay en su mirada, en su porte, en su tenacidad tejida en años de silencioso sufrimiento, un relato de la resistencia al olvido que nos hace a todos más dignos, nos aleja de la barbarie y nos acerca a la humanidad.

Somos lo que somos porque conservamos la memoria. Sin un pasado personal y colectivo estaríamos vacíos de significado, de sentido y de futuro. La memoria de los perdedores, unas veces robada y otras, ultrajada (Gernika la quemaron los rojos) se abre paso costosamente gracias a la labor de muchas personas que no se rinden ni se conforman. Todos deberíamos estarles agradecidos. ♦

⇒ Enlace al blog Mira que ilusión

⇒ Foto Pablo Gómez (www.esculturaurbana.com)