Euskal Memoriako blogak

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Memoria y lucha

2016-07-22

Joxerra Bustillo Kastrexana

Llevamos guardado en nuestra mente un archivo general de nuestra existencia en el que se van ordenando todas las vivencias que hemos ido protagonizando -o contemplando- a lo largo de los años. Las más personales, las familiares, los estudios, los trabajos, las aficiones, las lecturas, las películas que hemos disfrutado, las canciones, la series de televisión... Todo ello conforma nuestro universo personal e intransferible, un tesoro que tan solo pueden disolver enfermedades como el alzheimer o la propia muerte.

Dentro de ese universo general se sitúa todo lo relacionado con las experiencias colectivas en las que hemos tomado parte de forma más o menos directa. Las luchas populares, las huelgas, las manifestaciones, las encerronas, las reivindicaciones políticas y sociales. Ya no se trata tanto de un universo personal, íntimo, sino de cuestiones que hemos compartido con gentes de nuestra generación. Mayo del 68, la guerra de Vietnam, el proceso de Burgos, el atentado a Carrero Blanco, la revolución portuguesa de abril, los fusilamientos de septiembre de 1975 o la enfermedad y muerte del dictador Franco son asuntos que a uno le han tocado de pleno en su infancia y primera juventud. Cada uno a su manera forman parte de esa película general de la vida que se va rodando sin que apenas nos demos cuenta.

Pero llega un momento, cuando se entra en la madurez, en el que cualquier conversación con una persona de menos de veinte años te puede dejar descolocado. Desconocen casi todas las cuestiones que a ti te influyeron de forma determinante a la hora de forjar tu carácter y tu ideología. No distinguen entre una cosa y la contraria, y asuntos que tú valoras como de permanente actualidad, e incluso decisivos, a ellos se les antojan muy lejanos, sepultados por la implacable losa del tiempo. La transmisión entre generaciones falla.

No es una batalla que debamos dar por perdida, hay que pelearla. Se pueden hacer cosas para remediar semejante situación. No es fácil ahora, ni lo será más adelante. La transmisión de esos archivos colectivos no puede dejarse en manos de la educación de forma exclusiva, porque es evidente que ese proceso no se produce de forma satisfactoria en las aulas. Hay que sacarlo a la calle para que se colectivice, se propague y pueda ser asumido por las nuevas generaciones.

Habría que pensar en mecanismos de raíz popular, juegos de mesa, videojuegos, concursos, festivales de música o formatos similares, en los que de forma amable surjan estas cuestiones, de modo que los más jóvenes conozcan, aunque sea de forma básica, la historia más reciente de su país desde una perspectiva crítica.

El Poder, así con mayúsculas, tiene inmensas posibilidades para transmitir su ideología y su visión de los hechos históricos a través de un amplio abanico de herramientas, desde la universidad a los medios de comunicación, pasando por las instituciones. La cultura dominante, la que defiende al Sistema, se autoalimenta de forma automática sin mayores complicaciones. En cambio, los que siempre nadamos contracorriente, debemos utilizar la imaginación con propuestas alternativas que puedan garantizar, aunque sea en términos mínimos, la transmisión a quienes vienen por detrás, de ese universo de lucha y resistencia. Si lo logramos, aunque sea en parte, habrá merecido la pena. •