Euskal Memoriako blogak

Euskal Memoriako blogak

Surrealismo

2016-05-27

Iñaki Egaña - Historiador

El sábado 21 de mayo participé, junto a otros voluntarios de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en la exhumación de tres jóvenes del Ejército vasco que habían sido enterrados en un cráter producido por una bomba de la aviación alemana en la batalla de Peña Lemoa (Lemoatx) a comienzos de junio de 1937. Tres jóvenes que vieron cortadas sus vidas cuando tenían entre 18 y 21 años. Aún desconocemos sus identidades.

La exhumación estaba concluida para las 13 horas. Sin embargo, a las 5 de la tarde había una recreación bélica de la batalla de Lemoatx del 3 de junio de 1937, cuando varias compañías del Ejército vasco recuperaron la cota en poder de las tropas franquistas. Después de esa recreación, los asistentes a la misma, incluidos los actores de la batalla, se acercaron a la excavación, a unos 300 metros del lugar de la representación teatral. Entonces se produjo un pequeño homenaje y después del mismo comenzamos a extraer los cuerpos para la siguientes fase, la de laboratorio, y avanzar en su identificación.

La batalla ficticia tuvo ingredientes de todo tipo. Sabíamos que los muertos eran de mentiras, mientras que los actores gritaban según su condición, el público aplaudía los avances republicanos y los niños lloraban cuando las explosiones daban un toque de veracidad a los combates. Los adolescentes corrían por el escenario captando imágenes con sus teléfonos móviles.

La metereología aguantó. Pero al comienzo de la exhumación de los muertos de verdad se complicó. Los actores vestidos con buzo y uniformes de ambos bandos se colocaron en los límites de la fosa. Ahí comenzó el toque surrealista. Alguna bandera del requeté franquista teatralizado ondeaba junto a los cadáveres que los de 1937 habían originado.

La simbología era brutal. Pedí que las banderas franquistas, por respeto, desaparecieran. "Hubo muertos de ambos bandos", me contestó una voz anónima desde el grupo. "Lo sé", contesté. "Pero estamos recuperando a gudaris y milicianos que merecen un respeto". La vida y la muerte no es sólo espectáculo.

Tras el homenaje de la alcaldesa y el Ayuntamiento de Lemoa a los tres muertos, un grupo de actores del Eusko Gudarostea lanzó tres salvas en honor a los fallecidos que acabábamos de desenterrar. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido y volviéramos a una situación que de hecho se produjo en 1937. El honor de los muertos.

Concluyó el pequeño homenaje y la tormenta que llegaba desde Bilbao y Galdakao descargó finalmente en Lemoatx, con una inusitada virulencia. El cerco de curiosos desapareció y únicamente nos quedamos los que levantábamos los huesos para introducirlos, pacientemente, en sus cajas funerarias correspondientes. Cajas de plástico.

La épica. Del monte se deslizaban ríos de agua, las cámaras de video se atascaron, el viento sacudió las hayas que nos cobijaban más mal que bien. Un final adecuado para una jornada extraña. Ficción y realidad. Espectáculo relacionado con la memoria. Exhumación relacionada con la memoria.

Una épica bien distinta, la de la recreación bélica, la de la recuperación de unos restos que han estado abandonados y escondidos durante casi 80 años. Una épica, la segunda, bien distinta de la primera. Que ahonda en la única verdad que a mi personalmente aún me interesa, me produce desasosiego. Los cientos de jóvenes que aún reposan en cunetas, en agujeros sin destripar, en fosas sin detectar.

Fue mi primera experiencia como espectador de una recreación bélica. Y la última. Fue también una de tantas como espectador de una exhumación. Y digo espectador, a pesar de usar el cincel, la brocha o el ordenador para avanzar en la identificación de los restos, porque nuestro rol es, únicamente, el de notarios. Ellos, los muertos que en 80 años no existieron, fueron los actores de verdad. Los que ahora rescatamos.

Y no será la última experiencia en este terreno. Estoy convencido. Porque tenemos vocación de seguir siendo notarios de esa tremenda injusticia que ha traspasado nuestra historia. Ese gran olvido que, a pesar de los fuegos de artificio, tenemos la obligación de afrontar. •