Euskal Memoriako blogak

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Retazos

2016-05-20

Joxerra Bustillo Kastrexana

Cada día que pasa es un día perdido para el recuerdo. Y para la vindicación de ese recuerdo, casi siempre negro y maloliente, que sigue penetrando nuestras neuronas a la vez que se va derritiendo entre miles de millones de sensaciones vividas. Un recuerdo demediado por el implacable paso del tiempo, sepultado entre los sollozos de los familiares que han tenido que despedir antes de la hora a sus seres queridos. Un recuerdo del que apenas si nos van quedando retazos.

En esta época presidida por la banalización de tantas cosas, entre ellas el mal, como apuntó de forma brillante Hanna Arendt, conviene rescatar pasajes recónditos de las profundidades de nuestro pasado. Aquella asfixia ambiental que todo lo impregnaba en los malditos sesenta, tantas veces edulcorados con las melodías de los Beatles, Karina o Sinatra. No fueron buenos años, por mucho que algunos se empeñen en hablarnos del desarrollismo, el Seiscientos y las excursiones a la playa de Laredo. Fueron años grises, tristes; años envilecidos por el odio que se ejercía desde el Poder contra la mayoría de la población.

Allá por los años sesenta se sufría una férrea dictadura, se detenía a quienes a ella se oponían, fuesen comunistas, anarquistas, abertzales o republicanos. A muchos de ellos se les torturaba, se les desterraba, se les hacía la vida imposible, forzando de ese modo que tomaran la ruta del exilio. Recuerdo la entrada bajo palio en la iglesia de mi pueblo de la corporación franquista en pleno, los vítores a José Antonio Primo de Rivera y Franco, los vivas a la Falange, el himno nacional cantado brazo en alto en la escuela, la sensación de que todos estábamos vigilados por una inmensa red de delatores y chivatos.

Me viene a la memoria el referéndum de diciembre de 1966, aquel en el que a gente de dudosa fidelidad al régimen se le abría el sobre antes de depositarlo en la urna para comprobar si apoyaba o no al Generalísimo Franco con su sí en la papeleta. La angustia de mujeres apolíticas que sufrieron la vergüenza de ser testadas de ese modo delante de todo el mundo por el presidente de la mesa, un falangista de libro. El control que ejercían los miembros del Consejo Local del Movimiento sobre todo lo que se movía en el pueblo, los paseos de la pareja de la Guardia Civil por caminos y estradas, imponiendo el brillo de sus fusiles a labradores, trabajadores de la fábrica o amas de casa.

No se trata de recrearse en el dolor pasado, ni de pedir cuentas a nadie. Desgraciadamente la historia no puede cambiarse, como si de una serie de televisión se tratara. Pero tampoco es cosa de caer en el olvido, de dejar abandonadas a su suerte la estelas funerarias de nuestros caídos, de esconder en las páginas pares de nuestras hemerotecas los nombres de nuestros héroes, que alguno sí que hemos tenido. Conviene volver a afirmar que frente a la desolación de la dictadura franquista, de la que bastantes vascos fueron cómplices -no se nos olvide- hubo mujeres y hombres que arriesgaron su posición y hasta su vida en un combate desigual contra la opresión. Mujeres y hombres que con su sacrificio y su entrega han logrado que todavía a día de hoy sea posible que soñemos con una Euskal Herria libre, roja y en paz. ●