Euskal Memoriako blogak

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Los piños del Pifas

2016-01-26

Joseba Zabalza - Fotógrafo

No recuerdo la fecha, si era a finales de los 80 o a principios de los 90 (mi médico de cabecera no tiene acceso a mi historial antes del 2000, año en que informatizaron el servicio) cuando la Policía española me rompió el tercer y cuarto metacarpiano de la mano derecha durante unos incidentes en la calle Calderería de Iruña. Con la mano encogida por el dolor, los amigos me trasladaron a la residencia Virgen del Camino para que me atendiesen. En la sala de urgencias había tres individuos con un tufillo a secreta que tiraba para atrás. Al parecer no era el primero que pasaba aquel día por allí, pero jugaba a mi favor que sabía cómo actuar. 

- Me he caído en la ducha - le dije al médico que me atendió. Aquello, que sonaba a película carcelaria de serie B, podía marcar la diferencia entre salir por tu propio pie o dentro de una "lechera". No nos fiábamos de nadie, aunque algunos celadores y enfermeros eran buena gente y solían avisar si merodeaba por allí la policía social. Siempre me he preguntado cuántos miles de jóvenes fuimos heridos por la policía sin que conste en ningún lado.

Pero lo que me pasó a mí no es nada en comparación con lo del Pifas. Tampoco hay un año concreto, en Iruña también, a mediados de los 80, casi seguro... (la frágil memoria necesita de escribanos que relaten lo que aconteció). Fue en la calle del Museo, creo recordar. Una patrulla policial subía de Santo Domingo y la otra parece ser que dobló la esquina desde Jarauta. Le acorralaron y de un culatazo, otros dicen que fue un porrazo, le destrozaron la boca. Se supone que tuvo la sangre fría de recoger muchas de las piezas dentales que había en el suelo y entró en el bar Kattu ensangrentado. Durante mucho tiempo hubo en los bares de Iruña un bote al lado del de los presos que decía "Para los piños del Pifas".

La solidaridad popular consiguió que con aquel dinero recaudado se fuese a Cuba a arreglar la boca, me comentaron ayer. De lo único que estoy seguro es que hubo un bote, porque lo vi. Lo demás son retazos, aquello tan voluble llamado memoria colectiva. Su historia ha quedado en el olvido, una de tantas. Que te reventase la boca un policía en los duros ochenta era algo irrelevante, supongo. La certeza de la impunidad con la que actuaban, de saber que nadie resultaría acusado y el miedo a denunciar hizo lo demás. Me gustaría saber más de aquella historia. Tendré que hablar con el Pifas, pero después de tantos años... ¿Dónde andará? •